Por Héctor O. Fajardo/
La presidente de México se esfuerza por limpiar la imagen pública de su mentor, predecesor, jefe político y detentador del poder real -expresión perfecta de un Maximato-, e incluso cuestiona y descalifica a quienes se atreven a criticarlo, burlarse de él o señalarlo como narco presidente y responsable del baño de sangre que sufre el país por su connivencia con el crimen organizado y alentador la violencia de los malandros. Si hoy se arremete contra el tabasqueño es porque él propició el divisionismo social y el antagonismo entre los propios mexicanos. Si alguien se burló de la oposición, de los opinadores, de la prensa crítica, de los empresarios, de los burócratas, de los organismos autónomos, de los ministros y las madres buscadoras, de los niños con cáncer, de las víctimas de la pandemia y de los enfermos sin acceso a los servicios de salud y los medicamentos fue el ex mandatario. Se mofó del país entero.
Ahora, sin aparente poder y autoexiliado -más por miedo que por retirarse de lo público-, busca el manto protector de su pupila para que dejen de recriminarle la autoría de las desgracias nacionales. Con qué autoridad moral puede pedir su reivindicación -solo está en un altar laico por los fanáticos del populista y los pobres que prefieren sobrevivir en la miseria con las dádivas de los programas asistencialistas-, ante la historia cuando la realidad lo exhibe como un solapador del crimen organizado y responsable indirecto de más de doscientos mil mexicanos asesinados por sicarios; amén de los ochocientos mil connacionales fallecidos durante la pandemia por una negligente y criminal estrategia de salud que se tardó en enfrentar la mortal enfermedad.
El proyecto político de la 4T, concentrado en administrar la pobreza con fines electorales para perpetuarse en el poder, permitió que se desbordara la violencia en todas sus vertientes, incluida la política, lo que permitió que se perdiera la gobernabilidad y la delincuencia organizada se apoderara de los procesos electorales para imponer candidatos, eliminar opositores y financiar campañas. Desde la administración de los demócratas, el gobierno americano denunció la connivencia entre autoridades y mafiosos, acusaciones nunca desmentidas que se han incrementado y documentado con el republicano. La Casa Blanca tiene en un puño a la inquilina de Palacio Nacional y por ello acepta las imposiciones que le dictan los norteamericanos en materia comercial, de migración y combate al crimen organizado. Por ello el envío de narcotraficantes y delincuentes requeridos por la justicia estadounidense. Solo gana tiempo, porque más temprano que tarde tendrá que detener a los narco-políticos de su partido.
Las críticas y burlas al creador y guía de la 4T se las ha ganado a pulso, por lo que es un sinsentido la defensa que se hace desde la Presidencia y el llamado a respetarlo e incluso a reconocerlo como el mejor mandatario que hemos tenido, cuando en verdad ha sido el peor administrador de los destinos nacionales. Poco se ha reflexionado sobre el papel de Juárez como dictador -14 años en la Presidencia-, y potencial entreguista de la soberanía nacional a los gringos -tratado McLane-Ocampo-, porque han vendido la idea de que Díaz fue el enemigo de México, como ahora no se cuestiona el populismo y Maximato que impone el macuspano y nos quieren distraer con las acusaciones contra Calderón como responsable de la violencia o la corrupción.
Las evidencias apuntan hacia un narco-Estado y si el gobierno no termina con las complicidades criminales nos acercaremos hacia un Estado fallido. AMLO puede ser el Noriega mexicano y la fama se la ha ganado a pulso. El que a hierro mata….